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Dos décadas después de la primera vez, con 77 años, la frente marchita y las nieves del tiempo plateando su sien, Luiz Inácio Lula da Silva volvió a ser elegido presidente de Brasil. Como Carlos Gardel, puede cantar que veinte años no es nada. 

El 27 de octubre de 2002, en su cuarto intento, Lula ganó unas elecciones por primera vez. Fue en segunda vuelta y repitió cuatro años después. Este domingo 30 de octubre, ha sido elegido presidente por tercera vez y derrotando, también en una segunda vuelta, a la ultraderecha de Jair Bolsonaro. 

«No desista nunca», es un consejo que está siempre en la boca de este incombustible político, que dice haber sobrevivido a la miseria de su infancia y luego se fraguó en el sindicalismo, enfrentó a la dictadura militar, fundó el Partido de los Trabajadores (PT) y se convirtió en el líder más popular del país. 

Se ufana de haber dejado el poder en 2010 con una popularidad del 85 %, calibrada en su momento por encuestas que nadie puso ni pone en duda. 

La alcanzó con una gestión liberal en lo económico, unas tasas de crecimiento que promediaron el 4 %, un agudo acento social que sacó de la pobreza a 32 millones de personas, políticas que redujeron el desempleo al 4 % y una vasta ampliación del acceso a la educación. 

EL FANTASMA DE LA CORRUPCIÓN  

Todo eso fue suficiente para espantar a un fantasma que persigue a Lula desde que llegó al poder: la corrupción. 

Surgió por primera vez en 2005, con un escándalo de sobornos parlamentarios que llevó a la cárcel a 25 personas, incluyendo varias de su entorno más íntimo. 

Pero eso no impidió su reelección ni que, en 2010, se diera el lujo de postular como sucesora a Dilma Rousseff, pese a que no era la preferida del PT. La escogió a dedo, se la impuso al partido y la convirtió en la primera presidenta de Brasil. 

Rousseff fue reelegida en 2014 y el fantasma volvió con toda su fuerza. La mandataria fue destituida por presuntas irregularidades fiscales y Lula juzgado por la que muchos consideran la mayor trama de corrupción que existió en la historia del país. 

Fue condenado y llegó a pasar 580 días en prisión. El escándalo le impidió ser candidato a la Presidencia en 2018 y despertó a una ultraderecha que estaba aletargada desde el fin de la dictadura en 1985 y que Jair Bolsonaro llevó al poder por la vía democrática. 

LA REDENCIÓN  

Los procesos contra Lula fueron anulados por una infinidad de errores procesales. Recuperó entonces sus derechos políticos y su imagen de «paz y amor» para derrotar ahora al estilo autoritario del capitán de la reserva del Ejército. 

Al frente de una variopinta coalición que va mucho más allá de la izquierda en que nació para la política en la década de 1970, hoy se convirtió en el primer brasileño que ha sido elegido tres veces para gobernar el país. 

Lo consiguió dos décadas después de la primera, un período en el que además de la cárcel enfrentó un grave cáncer de garganta, cuyas secuelas persisten en su voz, siempre ronca pero ahora más apagada y cuidada por una fonoaudióloga que hoy es una de sus sombras. 

La otra es Rosangela «Janja» Silva, de 55 años, la tercera esposa de su vida, después de haber enviudado dos veces. Janja es militante del PT y se casaron en mayo pasado, tras un noviazgo que comenzó cuando ella lo visitaba en la cárcel. 

«Tengo 77 años. Me casé con una moza de 55. En mi corazón solo hay amor», le dice a quienes temen que pueda volver con ánimos de «venganza» por la «persecución política» que asegura haber sufrido. 

El próximo 1 de enero, volverá a asumir la Presidencia, veinte años después de la primera vez. Y como entonces, ya avisa de que se verá obligado a reiterar el mayor deseo de su vida política: «Que cada brasileño pueda desayunar, almorzar y cenar cada día». 

Con la misma «esperanza» que pidió y alimentó en la que ha sido su sexta candidatura presidencial, le esperan ahora, igual que hace veinte años, unos 33 millones de brasileños que se calcula que hoy pasan hambre y que, como admite Lula, «tienen urgencia». 

 

 



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