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Una niña corre y se esconde cuando ve a personas delgadas de cabello largo similares al joven que irrumpió en su escuela en Uvalde y mató a 21 personas. Un niño dejó de hacer amigos y jugar con animales. Otra niña siente el corazón latir más rápido cuando se le recuerda la masacre del 24 de mayo en que murió una amiga cercana —en una ocasión fue a un ritmo tan peligroso que tuvo que ser trasladada a un hospital, donde permaneció varias semanas.

La niña de 11 años recibió un diagnóstico de ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático. Ella y su familia hablaron con The Associated Press a condición de no revelar su nombre real a fin de proteger su identidad.

“Nunca había perdido a alguien antes”, dijo la menor, que añadió que su amiga —una de los 19 estudiantes y dos maestros que murieron en la peor masacre escolar de Estados Unidos en una década— la alentaba en los momentos difíciles. “Ella era una persona muy fuerte”.

Cuando los estudiantes se aprestan a regresar a la escuela en Uvalde el martes por primera vez desde la masacre en la Primaria Robb, los síntomas de TEPT comienzan a aflorar.

Los padres de familia se sienten incapaces de ayudar y los expertos se preocupan porque las comunidades de personas no blancas, como la mayoría hispana en Uvalde, enfrentan la inequidad en el acceso a la atención a problemas de salud mental. Para las familias de bajos ingresos, puede ser aún más difícil, pues el acceso a los limitados recursos requiere a menudo largas esperas para ser remitido a través de programas de asistencia médica como el Medicaid.

“Es difícil escuchar por lo que están pasando esos niños a tan temprana edad”, dijo Yuri Castro, madre de dos hijos en Uvalde cuyo primo murió en la masacre. Sus hijos fueron estudiantes de los dos maestros asesinados. Castro conoce a niños tan traumatizados que han dejado de hablar.

Los tiroteos escolares alteran dramáticamente las vidas de los sobrevivientes. Para algunos, los síntomas persisten durante años. Y no es fácil encontrar tratamiento de calidad.

En años recientes, los legisladores en Texas se han centrado en dedicar dinero a los servicios de salud mental, asignando más de 2.500 millones de dólares a eso en el año fiscal actual.

Pero de acuerdo con la familia de la niña de 11 años, que desde hace mucho tiempo residen en Uvalde, el único centro de salud mental en el área —a tan solo unas cuadras de la primaria Robb— fue apenas usado o mencionado, lo que crea preocupación sobre la falta de conocimiento sobre los indicios y síntomas de enfermedades mentales y sobre el estigma que afecta a quienes buscan ayuda.

La madre de la menor cuya taquicardia la llevó al hospital señala que las conversaciones abiertas sobre la salud mental fueron tabúes previamente en la comunidad hispana, donde culturalmente, los problemas de salud mental son descartados como holgazanería, aburrimiento o berrinches.

“Recuerdo que cuando era niña oía ‘vete, estás chiflada’”, dijo la madre.

Ahora, afirma, el pueblo está aceptando la realidad de la salud mental pese a que alguna gente aún pregunta por qué sobrevivientes como su hoja necesitan ayuda.

Los miembros de la comunidad se han estado apoyando entre sí, hablando con familiares y amigos y aprovechando los recursos comunitarios que ha sido establecidos, incluyendo terapia mental por la Cruz Roja y apoyo emocional de las iglesias.

Los padres de uno de los niños que murieron en la masacre crearon una organización que encabezará retiros en la naturaleza para familiares de víctimas y sobrevivientes. Los residentes además tienen grupos en redes sociales en los que pueden compartir recursos de salud mental y expresar su dolor.

La Comisión de Salud y Servicios Humanos de Texas contrató a varias organizaciones para crear una línea telefónica directa de salud mental que en seis semanas atendió casi 400 llamadas.

Martha Rodriguez, que coordinó los esfuerzos para ayudar a los estudiantes a recuperarse tras la masacre en la escuela secundaria Stoneman Douglas, en Parkland, Florida, dijo que las autoridades tienen que visitar la comunidad para asegurarse de que los recursos adecuados están disponibles. Dijo que lidiar con los estigmas y enviar a proveedores que entiendan el lenguaje y los valores de las familias es clave.

 “Algunas familias podrían sentirse incómodas hablando de sus aflicciones y necesidades”, subrayó.

Muchas familias afectadas por la masacre son católicas. La madre de una niña que sobrevivió el ataque dijo que su hija solamente había podido hablar de lo que siente con un sacerdote en Houston —a 450 kilómetros (280 millas) de Uvalde— al que acude la familia cuando visita a parientes.

“Va a ser una larga travesía. No va a ser algo que podamos resolver con un poco de trabajo”, dijo el arzobispo de San Antonio, Gustavo García Siller.



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